miércoles, 14 de mayo de 2014

Las muchas vidas de Melquisedec (I) - GALERÍA: Jean-Baptiste Carpeaux





Las muchas vidas de Melquisedec

I
Melquisedec Guzmán Cienfuegos

.....De las numerosas vidas que tuvo a bien concederle la divina Providencia, la que arranca con el bautizo en que se le diera el nombre de Melquisedec, no era la menos fantástica. Y si digo que arranca con el bautizo, se debe a que es bien sabido que mientras un buen cristiano no está bautizado es como si no existiese. Tan es así que si muere antes de serle aplicado este inicial y obligado sacramento, la pobre alma sin nombre estará condenada a vagar por el limbo, ese lugar sin lugar donde el espacio no tiene sentido y los siglos por los siglos pasan sin cómputo alguno.
.....Melquisedec Guzmán Cienfuegos, y con eso estaba todo dicho.
.....Cuando sus padres optaron por ese nombre no hicieron sino presentir que su retoño, como aquel homónimo rey-sacerdote bíblico apropiado tanto por ortodoxos como por gnósticos, no tendría principio ni fin. Bucle humano, más que hombre, condenado, o premiado, eso está por ver, a reencarnarse sin solución de continuidad de vida en vida hasta el fin de los tiempos; en el caso en que los tiempos tengan final y no sean un perpetuo transcurrir cíclico que se retroalimenta a sí mismo.
.....Sus padres fueron buenas gentes pertenecientes a la baja nobleza, temerosos de Dios, más no excesivamente piadosos, antes bien, se permitían ciertas licencias con sus creencias, cosa que sus allegados, ya curados de espanto, ni terminaban de comprender ni se explicaban, pero que respetaban con la condescendencia propia del grave adulto hacia el niño ingenuamente travieso. Y si digo "temerosos", no lo digo en sentido figurado, sino literal: temían a Dios porque creían en él, y porque creían en él, aunque fuera de forma personalísima y nada concreta, es por lo que se sometieron, a una edad en que ya no es propio perseguir la generación, a una férrea disciplina de abstinencia y penitencia durante seis meses, antes de dedicarse con pío ahínco y gozosa entrega, bajo los auspicios del deán del Cabildo Catedralicio de Santa María de Salamanca, a engendrar al que debía de ser su único hijo.

.....El deán, bueno es precisarlo, era tío abuelo de la casi cuarentona madre, un hombre ya anciano más pendiente de su tránsito hacia cualquier otro mundo que a su permanencia en este. Y digo cualquier otro mundo, porque él mismo así lo apuntaba, pues sus creencias otrosí participaban de ese no sé si calificarlo creyente escepticismo familiar que inevitablemente padecían todos los Cienfuegos retornados de allende los mares. Lo que no evitó que hiciera carrera eclesiástica con mérito y reconocimiento, aunque no sin reticencias, y atenta observancia, por parte del Santo Oficio. Conviene apurar la precisión apuntando que los Cienfuegos eran de origen criollo, procedentes de Cartagena de Indias y llegados a España hacía cincuenta años, finalizando ya el siglo XVI, cuando Felipe II reinaba sobre el orbe conocido con gloria y esplendor. El origen de esta estirpe de mestizos Cienfuegos recaía en Esteban, oficial de alto rango del ejército imperial, nacido en Palencia, de una familia de hidalgos emigrada, a su vez, de Galicia, que llegara a tierras americanas cuando Carlos I dirigía los destinos de España. A los diez años de su llegada, Esteban había hecho fortuna y casado allí con una princesa muisca del altiplano, una mujer de excepcional belleza según los cánones de la época, formando una familia numerosa. Dos de cuyos hijos acabarían regresando al solar patrio años después. Los Cienfuegos criollos se instalaron en Salamanca, y eran algo así como los parientes ricos de la estirpe hispana, apenas acomodada en ese estado proverbial de la nobleza castellana sin oficio ni beneficio más que ocupar la cada vez más escasa heredad.

.....Eligio Guzmán era capitán de la guarnición afincada en la Villa (existía otra que ocupaba el Castillo). Con cincuenta años milagrosamente llevados y la piel aún más milagrosamente indemne, poseía un aura de invulnerabilidad que lo hacía parecer mucho más joven de lo que era. Tras quince años en los Tercios, bajo el mando del Duque de Alba, y diez en Nápoles, al servicio del Virrey, se había ganado con suficiencia un retiro dorado en esta antaño importante población, pero hogaño ya en flagrante decadencia. Tantas idas y venidas guerreando, celando y acuartelado, no dejaron tiempo a Eligio para formar una familia. Su amada, luego esposa, la pasó también a paso cambiado, o marcando el paso, que tanto da, hasta que pudieron por fin tener una existencia lo suficientemente tranquila y apacible como para pensar en cumplir con Dios y su deseo de acrecentar y multiplicar la raza humana. Tras dos años de infructuosas tentativas, quizás por falta de entrenamiento, quizás por falta del jovial ímpetu que ha menester tal fructífera función, lo cierto es que no obtuvieron sino barbecho, por más que un barbecho placentero. Tras lo cual decidieron tirar por tangentes y secantes y acogerse a cuantos remedios les fueron aconsejados, ya fuesen o no convencionalmente aceptados. Viendo que la sabiduría de los hombres piadosos y observantes de las leyes divinas y humanas no obtuvo resultados, acudieron a la de los considerados fuera de la ley de Dios: santeras, curanderas, ensalmadores, y una larga lista de taumaturgos charlatanes que consiguieron sacarles el dinero sin obtener a cambio el fin perseguido, el hijo deseado. Por lo que optaron apelar a la todopoderosa intercesión de Dios, para lo que se pusieron en contacto con Juan de Dios Cienfuegos, cabeza de la familia de María de los Ángeles, esposa de Eligio. El anciano racionero, no bien se enteró de la embajada que su sobrina nieta le endosaba, intentó disuadirla aduciendo su ya impropia edad para la maternidad. Lo que no hizo moverse de sus trece a la postulante a madre, por lo que se pidió licencia al Obispo para llevar a cabo el ensalmo. Licencia que fue concedida: a mayor gloria de la cristiandad que se vería, de este modo, de nuevo ensalzada con un prodigio y aumentada con un nuevo fiel (ya que no se dudaba de la eficacia de tales encomiendas, avaladas por la intervención del Espíritu Santo).

.....Seis meses de abstinencia sexual y una férrea penitencia a base de oración (siete veces al día, como en cualquier regla monacal, salvo los Maitines; es decir: Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas), cordero lechal, trucha o salmón a punto de desovar, denso vino de los pagos de Quintanilla y granada desgranada al amanecer cara al sol, para que los violáceos granos se impregnaran de los fecundos rayos de la aurora. Fuera por la oración, por la dieta o por el deseo postergado, lo cierto es que al cabo de los seis meses, comenzando mayo, la ya madura pareja se encerró durante siete días y siete noches en la alcoba, de la que no saldrían más que a los oficios religiosos (pues al capitán se le dispensó de sus funciones durante este tiempo, por prerrogativa del Comendador Real). Ni qué decir tiene que la estrategia fue todo un éxito. A los nueve meses, el uno de febrero, con temperaturas ese invierno especialmente bajas en la meseta castellana, lo que obligó a mantener cebada la gloria durante todo el día, un niño varón, de piel inusualmente nívea que contrastaba con su rala cabellera negra como un tizón, de llanto displicente y discreto, asomaba al mundo. Llegaba desde otra vida, sin apenas lapso de tiempo o pausa para reparar en la muerte que dejaba atrás mientras irrumpía en esta nueva vida. La verdad es que al hacerlo --al cambiar un estado por otro, una vida por otra-- nada recordaba del tránsito ni de la experiencia anteriormente finiquitada. Llegaba limpio y puro, el contador puesto a cero. Pero era él mismo, su mismo ser, en un proceso de re-iniciación. Nunca tendría conciencia, no, al menos, clara, de sus vidas anteriores; lo mismo que tampoco barruntaría que a esta, como Melquisedec Guzmán Cienfuegos, le seguiría otra, y después otra y otra, así ilimitadamente (¿ilimitadamente? ¿No habría solución a este perpetuo bucle?).

.....El hecho de que hayamos dado comienzo este relato en esta concreta vida y no en otra, de este singular ser en incesante cascada de existencias, no tiene una fácil justificación. Quizá la explicación se deba a una fijación de su autor por esta época, o por alguna otra solapada razón que no nos es posible elucidar, o simplemente porque sí, sin otra explicación que la estrictamente aleatoria. Veremos que igual hubiera dado haber elegido otro instante vital, otro individuo de este mismo ser.
.....Esta forma tan especial de transmigración no estaba sometida a la linealidad, es decir, que no actuaba de forma cronológicamente consecutiva: igual se encarnaba en un individuo prehistórico, que de éste saltaba a otro ubicado en la Edad Moderna, para después volver a retroceder hasta el Neolítico o proyectarse al siglo treinta y tres. En ocasiones apenas distaba unos años entre dos identidades, otras, en cambio, se abismaba hacia atrás o hacia adelante salvando un mayor lapso de tiempo. La explicación no era otra que el no sometimiento del Ser a las pautas dimensionales conocidas. Para el Ser, para el Ser encarnado en Melquisedec Guzmán Cienfuegos, circular por la existencia no ofrecía más limitación que la propia voluntad. Una voluntad sólo consciente para el Ser como Ser, pero desconocida para cada uno de los individuos en los que se encarnaba. La voluntad del Ser, pues, no es como la voluntad del individuo humano. No se trata de una voluntad en cuanto querer o no querer esto o aquello, sino que, más bien, es una voluntad de poder. Poder hacerlo y querer hacerlo, en el Ser, son por tanto una y la misma cosa. Y es así que el Ser encarnado en Melquisedec, por medio de Melquisedec, era expresión de una de las posibilidades con que el Ser quería manifestarse.

.....Melquisedec creció delicado y sensible. Todo el mundo lo achacaba a la casi provecta edad de los padres cuando lo engendraron. Si se engendra cuando el vigor natural ya está en declive, lo más probable es que el producto de un tal engendro sea enfermizo o de vitalidad reducida. Eligio y María de los Ángeles hacían oídos sordos a estas acusaciones (pues que acusaciones eran: al creerlos culpables a ellos, los progenitores, por empeñarse en engendrarlo cuando el tiempo idóneo ya había pasado). Bastante entusiasmados estaban con su milagrosa descendencia como para dejarse intimidar, o siquiera darse por enterados, del censurador sentir general. Sólo les importaba lo que ellos sentían y la vida del hijo deseado.
.....Si delicado y sensible, el niño, no obstante, era resistente. Crecía despacio, pero crecía con conocimiento de causa (como decía su madre), no sin ton ni son, como lo suele hacer todo el mundo. Melquisedec se sentía crecer, hasta casi podría decirse que se oía a sí mismo en este proceso de agrandamiento: cómo sus tejidos se estiraban y sus órganos se ensanchaban. Los otros niños, tanto los del barrio como los de la escuela, no querían jugar con él porque les parecía raro: un niño que decía ver y sentir cosas que ellos ni veían ni sentían. En contrapartida él tampoco quería jugar con ellos porque le parecían toscos, burdos y demasiado inconscientes. No dejaba, no obstante, de mirar sus juegos con una especie de envidia, envidia por cuanto tenían de socializadores; toda esa camaradería, esa algarabía compartida, incluso esas riñas y cachetadas que se propinaban frecuentemente, era algo que él echaba de menos. En pocas palabras: Melquisedec, desde niño, se dio cuenta de que era diferente a los demás, y, estando orgulloso de serlo, añoraba no ser como ellos.
.....Ya en la edad en que la confusión se adueña de la conciencia, la edad en que la voz se templa y adquiere gravedad, la edad en que uno siente latir el vientre, abreviando, ya en la adolescencia, Melquisedec se dio cuenta que lo mismo todos los demás también sentían algo equivalente a su propio sentir, es decir, percibiéndose, a su tosco modo, diferentes a su vez. Pero no, su singular diferencia abocaba más a la soledad; la más genérica de los otros, en cambio, tendía a diluirse en el rebaño. Aprendió entonces que los seres humanos son sociables por naturaleza, de manera general, pero que se dan excepciones a la regla, y él --estaba absoluta e indudablemente convencido-- era una de ellas.

.....Cuando acabó los estudios básicos, ceñidos al Trivium y Quadrivium, llegó el momento de elegir: o la universitas o la militas (como el padre). O la toga y el birrete, o la armadura y el casco; o la pluma o la espada; o la fuerza de la palabra, o el uso de la fuerza. Las dos opciones le atraían. Pese a su constitución, de natural, delicada y sensible, había conseguido fortalecer y endurecer el cuerpo a base de disciplina y rigor, por lo que su fuerza de voluntad compensaba con creces su falta de fuerza física. Por otro lado, le encantaba estudiar, aprender, desentrañar los misterios del mundo, los del cuerpo y los del alma. Bien hubiera podido estudiar cualquiera de las carreras entonces cursadas: Teología, Derecho, Medicina, Artes, todas le gustaban, salvo las artes aplicadas: las matemáticas, la geometría, el cálculo; aunque sentía por estas materias admiración y respeto genuinos, gustándole incluso, no se veía a sí mismo dotado del talento práctico  suficiente para profundizar en ellas. Acabó por decidirse por las armas y las letras, a la vez. Sería guerrero y poeta. Hizo la carrera menor de Artes y después ingresó en el ejército. Marchó a Flandes (como haría su padre), donde los Orange estaban a punto de alcanzar su objetivo secesionista. Se perdió Flandes. Combatió en Rocroi a las órdenes del incompetente Francisco de Melo, y perdió también (y aunque él no perdiera la vida, España, sí perdería la hegemonía sobre Europa). Por aquella época perdió, así mismo, a su gran amor platónico de la adolescencia, una buena moza de alta cuna, vallisoletana, que prefirió camas más estables y menos azarosas que la suya.

.....Tras las pérdidas cosechadas, con veintiséis años de edad, decidió cambiar de aires, de meridiano, de paralelo y hasta de continente. Un Cienfuegos criollo volvía a la tierra de sus ancestros maternos. Se embarcó en la Coruña hacia el Caribe, en una primera etapa, con la intención de continuar viaje hacia aquella inmensidad, aún en gran parte ignota, que ejercía su poder de atracción como un poderoso imán telúrico. Como colofón a la concatenación de pérdidas sufridas hasta ese momento, su barco naufragó; felizmente, cuando ya se encontraba a la vista de las costas de Santo Domingo. Melquisedec lo tomó como una señal. Esperaba que ésta sería la última vez que perdía. A partir de aquí le cambiaría la suerte, la Rueda de la Fortuna comenzaría otro giro, esta vez jalonado por victorias.
.....Tras un año de aclimatación en la guarnición de La Española, y tal y como había proyectado, se incorporó al ejército en Cartagena de Indias. Visitó a su familia criolla que lo acogió con cariño, y lo despidió con no menos alivio. Pronto fue destacado a una misión de reconocimiento fronterizo en la selva amazónica, lindera con el Brasil portugués. En su mente aún flotaban leyendas de Eldorados perdidos en la inmensidad de la fronda, países de Jauja repletos de maravillas sin fin y Valles Encantados escondidos entre las escarpadas cumbres de aquella columna vertebral que recorría, de Norte a Sur, el subcontinente americano austral. Por lo que había llegado a sus siempre atentos oídos, cualquier cosa era posible en este ya menos Nuevo, pero siempre inmenso, Mundo.

.....Entre pérdida y pérdida, Melquisedec escribió poemas, opúsculos filosóficos y esquelas con pensamientos políticos y sociales. Cayó herido en cada batalla que disputó (podía referir cada una por la anécdota de la marca correspondiente en su cuerpo: un estigma rosáceo sobre el mapa intensamente blanco de su piel), pero sus heridas nunca revistieron la gravedad suficiente como para poner en peligro su vida. Tuvo amantes ocasionales, flor de un día, y algún amor platónico que floreció durante meses (alguno, durante años). Posiblemente dejara algún hijo por el camino, pero nadie le reclamó nunca nada. Tampoco publicaría ninguno de sus escritos. Sólo se conservaron los escasos que dejaba por ahí dispersos, regalados a sus pocos amigos o sus varias amadas.
.....Fue un lobo solitario toda la vida, aunque, cuando quería, era de trato afable y encantador. No obstante, las más de las veces en su discreta vida de relación se parapetaba tras una barrera de cortesía que resguardaba su intimidad. Era lo que más gozaba: su intimidad. Le encantaba quedarse sólo, en las noches sin luna, tumbado boca arriba, mirando las estrellas, o haciendo que las miraba, porque lo cierto era que se abismaba en ellas a fuerza de abismarse en sí mismo. En esos momentos creía sentirse otro, sentirse muchos, sentirse todo. Se diluía en los miles de puntos luminosos que latían allí arriba (y allí adentro). Esto le pasó en Flandes, en Rocroi, en alta mar camino de América, en la selva amazónica cuando salían de la espesura y conseguía dormir al raso. En esos momentos su yo perdía sentido, sus límites se borraban; entonces, se derramaba hacia todo, fluía con todo. Eran unos momentos tras los cuales se abocaba a componer sus mejores poemas, reflejar sus más clarividentes ideas, expresar sus más audaces pensamientos. Acostumbrado a perder durante toda su vida (aunque no la misma vida), eran las únicas victorias que cosecharía: momentos eternamente efímeros, en los cuales experimentaba una intensa sensación de felicidad al perder (pérdida victoriosa) la conciencia de sí, fundida en cuanto le rodeaba.

.....Un día no regresó de la última de sus incursiones exploratorias en la cuenca alta del Orinoco. Tampoco lo hizo ninguno de los componentes del destacamento que lo acompañaban. Se los tragó la selva sin vomitar nada de ellos. Es lo que tiene la jungla: una gran capacidad para digerir no importa el qué se cuele en sus entrañas. Unos legajos dispersos, con algún poema solvente y unas pocas reflexiones lúcidas, es todo lo que quedó de su memoria; con él se perdió el grueso de su producción literaria, inédita, que siempre llevaba consigo en un sencillo cofre de madera con herrajes de hierro labrado. Tenía treinta y cinco años. Su madre lo lloró en silencio, mirando hacia las estrellas a falta de tumba sobre la que hacerlo. Su padre había muerto unos años antes. La vida seguía su curso. Y su ser, también.

(continuará)

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GALERÍA


Jean-Baptiste Carpeaux
1827-1875

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Count Ugollino and His Sons (front view), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (side view, left), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (side view, right), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (back view), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (right, left), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (details), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (details), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (details), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (detail), c 1862
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Count Ugollino and His Sons (bronze), c 1862
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Girl and Neapolitan Fisher boy with a Shell, National Gallery of Art, Washington
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Neapolitan Fisherboy with a Shell
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Neapolitan Fisherboy with a Shell (tetail)
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Neapolitan Fisherboy with a Shell
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Neapolitan Fisherboy with a Shell
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Neapolitan Fisherboy with a Shell
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Girl with a Shell, National Gallery of Art, Washington
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Girl with a Shell, National Gallery of Art, Washington
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La Jeune Fille à la Coquille, Musée des Beaux-Arts de Cambrai
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La Jeune Fille à la Coquille (details), Musée des Beaux-Arts de Cambrai
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Flora, Musée des Beaux-Arts de Valenciennes
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Flora, Foundation Gulbenkian
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Flora, Foundation Gulbenkian
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The Three Graces: Aglaya, Talía y Eufrósine, c 1870
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The Three Graces: Aglaya, Talía y Eufrósine (detail), c 1870
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La Frileuse
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 La Frileuse (left view)
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La Frileuse (right view)
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Daphnis et Chloé
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Daphnis et Chloé (detail)
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 Susanna Surprised by the Elders, 1874
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 La Toilette de Venus (Bronze)
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 La Toilette de Venus (Dark Bronze)
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 La Toilette de Venus (detail)
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Jean-Baptiste Carpeaux - Hector implorant les dieux en faveur de son fils Astyanax, 1854
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 Jean-Baptiste Carpeaux - Hector implorant les dieux en faveur de son fils Astyanax, 1854
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Jean-Baptiste Carpeaux - Hector implorant les dieux en faveur de son fils Astyanax, 1854 (detail
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Philoctetes
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Philoctetes
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The Wounded Achilles
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The Wounded Achilles
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Allegorie de la Danse


Original. Musée d'Orsay
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Copy (Paul Belmondo, 1963). Opera Garnier
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Opera Garnier. Copy of the Dance (P. Belmondo)
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Opera Garnier. Copy of the Dance (P Belmondo) side view, right
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Ny Carlsberg Glyptoteck, Copenhagen
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The Genius of the Dance avec l'Amour à la Folie (Bronze), 1872. Musée des Beaux-Arts e Nice
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The Genius of the Dance (Bronze), 1872. MET
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The Genius of the Dance (version of 1865) Stanford University
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The Genius of the Dance, Bust, 1873?
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Triomphe de Flore (terrecuite), Valenciennes (plâtre), Nice
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Triomphe de Flore (terrecuite), Valenciennes
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Triomphe de Flore (terrecuite) (detail), Valenciennes
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La France Impériale portant la Lumière dans le monde et protégeant l'Agriculture et les Sciences, 1863-66
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City of Valenciennes defending de Fatherland in 1793 (1869-73)
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Fontaine de l'Observatoire
Fontaine des Quatre Parties du Monde


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Busts


Negress, Carlsberg Glyptoteck, Copenhagen
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Negress, National Museum in Warsaw
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La Nègresse (teracotta) MET.
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Pourquoi nâitre Esclave?, Musée des Beaux-Arts de Reims
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Chinese Man, National Museum in Warsaw
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Chinese Man, Honolulu Academy of Arts
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Woman with Roses
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Bacchante aux Lauriers
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La Candeur
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La Rieuse
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Bust of a Lady, Cleveland Museum
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Le Prince Impèrial avec son Chien Nero (Lille)
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Le Prince Impèrial avec son Chien Nero (MET)
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